San José, el Hombre al que Dios llamaba padre
San
José es el esposo de María y padre adoptivo de Jesús. De esta fuente
emana su dignidad, su santidad, su gloria. Es verdad que la dignidad de
la Madre de Dios llega tan alto que no existe nada más sublime. Sin
embargo, una vez que entre la Santísima Virgen y San José se estrechó un
lazo conyugal, no hay duda que él, más que cualquier otro, se aproximó
de aquella altísima dignidad por la cual la Madre de Dios supera por
mucho a todas las demás criaturas.
Clara Isabel Morazzani
Hay
ciertos hombres a lo largo de la Historia cuya grandeza ultrapasa
cualquier leyenda y agota incluso la imaginación más fértil.
Hombres
que parecen ser objeto de una especial predilección de un Dios
complacido en adornar cuidadosamente sus almas con el brillo de las
virtudes y de rarísimos dones. Hombres predestinados desde el
nacimiento, cuya vida se desarrolla entre
aventuras extraordinarias y asombrosas que favorecen el desempeño de su
misión, o bien se levantan como escollos infranqueables, dando motivo a
peripecias de confianza y audacia que hacen a sus personas todavía más
admirables.
El Antiguo Testamento ofrece a cada paso narraciones de este género.
Nos
arrebata el poder de Moisés, que con el simple gesto de levantar su
bastón dividió las aguas del mar en dos gigantescas murallas líquidas; o
la serena autoridad de Josué, que no titubeó en dar órdenes al sol para
que detuviera su curso. Más adelante impresiona la fuerza de Sansón,
que cargó en sus hombros las puertas de Gaza, o el celo abrasador del
profeta Elías, que hizo cesar la lluvia durante tres años. A todos, la
Providencia Divina les concedió el dominio sobre la naturaleza, esa fe
que mueve montañas y las hace saltar como cabritos...Tales prodigios
acentuaban el poder justiciero del Creador y, sobre todo, querían educar
a una humanidad manchada con el pecado original y sobre la que aún no
se habían derramado los beneficios de la Redención.
En todas las obligaciones que, como padre, le correspondian, San José practicó de forma excelsa la virtud de la fortaleza. |
Una nueva economía de la gracia
Llegada
la plenitud de los tiempos, las manifestaciones de la omnipotencia
divina, lejos de menguar, alcanzaron un apogeo de profundidad y
esplendor.
Pero
en el Nuevo Testamento la grandeza muchas veces se esconde bajo el velo
de una existencia humana común, algo que Dios permite para aumentar
nuestros méritos y a crisolar nuestra fe.
El
ejemplo paradigmático de esta nueva economía de la gracia lo ofrece un
varón cuya vida transcurrió en la humildad y el silencio, pero que
mereció oír de los labios del Hombre-Dios el dulce nombre de padre! Sin
duda que Moisés, separando el mar en dos mitades, o Josué, haciendo
detenerse el sol, dejaron una huella imborrable en las futuras
generaciones. Pero, ¿quée s haber sujetado los elementos de la
naturaleza, seres inanimados, comparado al honor supremo de ser
obedecido por Aquel de quien canta el salmista: “Más que los bramidos de las aguas tumultuosas, más que los furores del mar, es magnífico el Señor en las alturas” (Sal 93, 4), y al que más tarde vio Malaquías cuando dijo: “Para vosotros, los que teméis mi Nombre, se alzará un sol de justicia que traerá en sus alas la salud”
(Mal3, 20)? ¿Qué significa haber cargado las puertas de Gaza en
comparación a la gloria de estrechar en los brazos al que dijo de sí
mismo: “Yo soy la puerta de las ovejas” (Jn 10, 7)? ¿Cabe alguna comparación entre el profeta que detuvo la lluvia y el patriarca cuyas oraciones hicieron “que las nubes derramen la justicia” (cf. Is 45, 8)?
Una de las vocaciones más altas de la Historia
San
José, el hombre justo por excelencia, glorioso esposo de María y padre
legal del Hijo de Dios, es seguramente uno de los santos más venerados
por la piedad popular; y, sin embargo, las referencias casi exclusivas
que se hacen de él son “el carpintero de Nazaret” o “el patrono de los
trabajadores”, títulos muy legítimos, por supuesto, pero también muy
lejanos a expresar la santidad culminante que Dios quiso concederle. San
José no será nunca debidamente conocido y venerado si nosotros,
repitiendo en nuestra época la triste ceguera de los habitantes de
Nazaret, lo consideramos solamente como el pobre carpintero de Galilea.
Para no ser culpables de un error que bien cabría denominar “calumnia
hagiográfica”, procuremos analizar la verdad sobre este varón destinado a
una de las vocaciones más altas de Historia.
Dios siempre elige lo más hermoso
Dios Todopoderoso –para el que “nada es imposible”
(Lc 1, 37) y que todo lo gobierna con sabiduría infinita– posee lo que
pudiéramos llamar “su única limitante”: al crear no puede hacer nada que
no sea bello y perfecto, o que no se destine a su gloria. Cuando
determinó la Encarnación del Verbo desde la eternidad, el Padre quiso
que la llegada de su Hijo al mundo estuviera revestida con la suprema
pulcritud que conviene a Dios, no obstante los aspectos de pobreza y
humildad a través de los cuales habría de mostrarse. Dispuso que naciera
de una Virgen, concebida a su vez sin pecado original y reuniendo en sí
misma las alegrías de la maternidad y la flor de la virginidad. Pero,
para completar el cuadro, se imponía la presencia de alguien capaz de
proyectar en la tierra la “sombra del Padre”. Fue la misión que Dios
destinó a san José, el que bien merece las palabras dichas por la
Escritura sobre su ancestro David: “El Señor se ha buscado un hombre según su corazón” (1 Sam13, 14).
Varón justo por excelencia
Tomando en cuenta el axioma latino nemo summus fit repente
(“nada grande se hacede repente”) y aquella certera frase de Napoleón,
“la educación de un niño empieza cien años antes de nacer”, es probable
que en vista de su misión y de su rol como educador del Niño Dios, José
haya sido santificado en el claustro materno al igual que san Juan
Bautista en el vientre de santa Isabel; una tesis defendida por muchos
autores y que puede sintetizarse en las palabras de san Bernardino de
Siena: “Siempre que la gracia divina elige a alguien para un favor
especial o para algún estado elevado, le concede todos los dones
necesarios para su misión; dones que lo adornan abundantemente”.
El
Evangelio traza la alabanza de José en una sola y breve frase: era
justo. Talelogio, a primera vista de un laconismo desconcertante, no es
nada mediocre. El adjetivo “justo”, en lenguaje bíblico, designa la
reunión de todas las virtudes. El Antiguo Testamento llama justo al mismo que la Iglesia concede el título de santo: justicia y santidad expresan la misma realidad.
El
mismo silencio de las Escrituras a su respecto revela una faceta
primordial de su perfección: la contemplación. San José es el modelo del
alma contemplativa, más ansiosa de pensar que de actuar, aunque su
oficio de carpintero le hiciera consagrar bastante tiempo al trabajo.
Vemos realizada en él la enseñanza de santo Tomás: la contemplación es
superior a la acción, pero más perfecta es la unión de una y otra en una
misma persona.
Al
serrar la madera, fabricar un mueble o un arado, José conservaba
siempre su espíritu orientado al aspecto más sublime de las cosas,
considerándolo todo bajo el prisma de Dios. Sus gestos reflejaban la
seriedad y la altísima intención con que siempre actuaba, y esto
contribuía a la excelencia de los trabajos ejecutados.
Su
humilde condición de trabajador manual no le quitaba su nobleza, antes
bien, reunía admirablemente ambas clases sociales. Como legítimo
heredero del trono de David, mostraba en su porte y semblante la
distinción y donaire propios de un príncipe, pero a ellos añadía una
alegre sencillez decarácter. Más que la nobleza de la sangre, le
importaba aquella otra que se alcanza con el brillo de la virtud; y esta
última la poseía ampliamente.
Dios concedió a San José todas las gracias ya desde su infancia: piedad, virginidad, prudencia, perfecta fidelidad ... |
Sin
embargo, la Providencia lo destinaba al honor más alto que pueda
recibir una criatura concebida en pecado original, colocándole en
desproporción con el resto de los hombres. San Gregorio Nacianceno dice:
“El Señor conjugó en José, como en un sol, todo cuanto los demás santos reunidos tienen de luz y esplendor”.
Todas
las glorias se acumulaban en este varón incomparable,cuya existencia
terrena avanzó en una sublimidad ignorada por sus conocidos y
compatriotas, en silencio y oscuridad casi totales.
Admirable consonancia entre dos almas vírgenes
En
el Antiguo Testamento la virginidad no gozaba del prestigio quellegó a
disfrutar en la era cristiana; muy al contrario, el que no formaba
familia o estaba impedido de tener hijos era considerado un maldito de
Dios. “La espera del Mesías dominaba los espíritus a tal grado, que
despreciar el matrimonio equivalía a una deshonrosa negativa de cooperar
en la venida de Aquel que debía restaurar el reino de Israel” 1.
De acuerdo a la opinión generalizada, José, llevado por una especial
moción del Espíritu Santo, tomó la decisión de permanecer virgen toda la
vida, pero, evitando individualizarse al contrariar las costumbres de
su tiempo, se resignó a tomar esposa convencido de que el mismo Señor
que había inspirado el buen propósito, lo ayudaría a llevarlo a cabo.
Así
fue como, cediendo a las exigencias sociales, decidió pedir la mano de
María, a la cual probablemente conocía dado que ambos pertenecían a la
misma tribu y habitaban en la misma aldea. Todo indica que para entonces
los padres de María habían fallecido y ella vivía bajo la tutela de
algún pariente. Sin consultarla opinión de la joven, su tutor
simplemente le comunicó que había aceptado la petición de un
pretendiente para convertirse en su marido.
Se sabe que María había consagrado su virginidad al Señor desde la infancia.
No
obstante, acostumbrada a obedecer, se inclinó ante la decisión de sus
parientes tomándola como manifiesta voluntad de la Providencia.
Si
algún recelo guardaba todavía, debió disiparse al saber que el elegido
era José, el noble descendiente de la estirpe de David, en cuya alma
había visto, con su aguzado don de discernimiento, las altísimas
cualidades puestas por Dios.
María
necesitaba dar a conocer a su novio el voto de virginidad antes de las
nupcias; en caso contrario el enlace sería nulo. Lo hizo de forma seria y
decidida, hablando con toda la sinceridad de su inocente corazón. José
pensó estar oyendo una voz del Cielo y reconoció, emocionado, la mano de
la Providencia atendiendo sus plegarias. Es imposible hacerse una idea
del grado de concordia entre estas dos almas cuando se revelaron
mutuamente sus más íntimos misterios. Desde aquel instante José se
transformó en modelo perfecto del devoto de María Santísima.
Cabe
pensar que desde ese primer encuentro, la gracia lo tocó de manera
especial y lo hizo consagrarse como esclavo de amor a quien, más que
esposa, ya consideraba Señora y Reina.
Proporcional con Jesús y María
El contrato matrimonial debía pactarse entre ambas familias.
Un
punto al que se solía dar una escrupulosa importancia, sobre todo entre
personas de noble linaje, era la igualdad de condiciones. Tanto María
como José eran de la tribu de Judá y descendientes de David. Sin
embargo, sobre ese matrimonio, más que cualquier requisito social, se
cernía un designio divino. Para el cumplimiento de la voluntad del
Altísimo, el esposo debía guardar proporción con la esposa, el padre con
el hijo, a fin de sustentar con toda dignidad el honor de ser padre
adoptivo de Dios. Y hubo un solo hombre creado y preparado para tal
misión, con toda la altura para ejercerla: san José. Él era proporcional
a Jesucristo y a María Santísima.
Matrimonio de Nuestra Señora y San José |
Para
hacernos una idea exacta sobre la magnitud de su personalidad, debemos
imaginarlo como una versión masculina de la Virgen María, el hombre
dotado con la sabiduría, fortaleza y pureza necesarias para gobernar a
las dos criaturas más excelsas que hayan salido de manos de Dios: la
Humanidad santísima de Nuestro Señor y la Reina de ángeles y hombres.
En Israel los desposorios equivalían jurídicamente al matrimonio moderno.
A
partir de dicha ceremonia –en la que el novio colocaba un anillo de oro
en el dedo de su prometida diciendo: “Este es el anillo por el cual tú
te unes a mí delante de Dios, según el rito de Moisés”– ambos pasaban a
tener posesión mutua e irrevocable uno de otro, y a partir de entonces
se consideraban esposos. No obstante, la cohabitación
se retrasaba por un año, generalmente, para que la esposa tuviera tiempo
de completar el ajuar y el marido de preparar la casa.
María y José, fieles cumplidores de la Ley, se atuvieron a todas estas formalidades.
Pero
un secreto divino cubría su caso concreto, secreto que ninguno de los
testigos del acto –parientes y amigos– llegó a sospechar. Ahí estaban “dos almas vírgenes que se prometían fidelidad mutua, fidelidad consistente en que ambos guardarían la virginidad” (2).
Mientras más sufre una persona, más digna de amor se hace
En
el intervalo entre los desposorios y las bodas, María recibió la
embajada del Arcángel Gabriel. El Evangelio de Mateo lo deja claro al
afirmar: “Cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo”
(Mt 1, 18). Sería superfluo extenderse en detalles sobre la Anunciación
y la Encarnación del Verbo, episodios de sobra conocidos y comentados.
Hay
un solo punto que debe quedar muy claro: pocos días después del
acontecimiento, María se dirigió apresuradamente a la pequeña aldea de
las montañas de Judá en donde vivían sus primos, Zacarías e Isabel.
Gran
parte de los comentaristas defiende la idea de que José acompañó a su
esposa en el viaje de ida y, pasados tres meses, fue a buscarla. Esta
opinión parece bien fundada, puesto que la juventud de María y las
dificultades de un penoso trayecto eran razones más que suficientes para
movilizar la solicitud de un esposo fiel y diligente como era el suyo.
Tras
el regreso a Nazaret, no tardó en percibir las primeras señales de
gravidez de su desposada. Al comienzo se rehusó a admitirlo, creyéndose
víctima de imaginaciones.
Pero con el paso de los días ya no pudo dudar ante la realidad que le entraba por los ojos: María llevaba un niño en su seno.
Fue
el momento en que la tragedia se asomó en la vida de san José, mediante
la prueba tal vez más terrible que una mera criatura humana haya
enfrentado jamás, con la única excepción de María durante la Pasión de
Cristo. Sin embargo, no era otra la voluntad del Niño que se formaba en
las purísimas entrañas de la Virgen. Él quería que su nacimiento tuviera
la impronta indeleble del dolor santamente aceptado, para enseñarnos
que una persona, mientras más sufre, tanto más dignade amor se hace.
Sometía a una dura prueba al mismo padre adoptivo que había elegido como
imagen de su Padre celestial, dándole así la oportunidad de llevar su
heroísmo hasta alturas inconcebibles. Al mismo tiempo, la virginidad de
la Santísima Virgen se mostraba en su esplendor.
El héroe de la fe
El
desconcierto de José no consistía, como pensaron algunos Padres
antiguos, en dudar de la fidelidad de su esposa. Esta conjetura golpea
nuestra piedad, puesto que desmerece la perfección eminente alcanzada
por el santo Patriarca y, además, Dios no permitiría que el honor
virginal de María fuera herida por una sospecha en el espíritu de José.
El texto del Auctor imperfecti expresacon hermosas palabras su postura frente al hecho: “¡Oh
inestimable alabanza de María! San José creía más en la castidad de su
esposa que en lo que veían sus ojos; más en la gracia que en la
naturaleza. Veía claramente que su esposa era madre y no podía creer que
fuese adúltera; creyó que era más posible a una mujer concebir sin
varón que María pudiera pecar” (3).
SSu
angustia se hacía más lacerante ante el resplandor de virtud en el
rostro angelical de María. Por un lado, la evidencia le saltaba a los
ojos y, por otro, consideraba impensable que esa criatura tan inocente
hubiera cometido un pecado. Si la concepción de María era obra
sobrenatural, ¿qué hacía él ahí? ¿No estaría ofendiendo a Dios al
entrometerse en un misterio que le resultaba incomprensible y
absolutamente divino? ¿No sería un intruso que obstaculizaba los planes
de Dios? José no juzgó. Suspendió el juicio de la carne ante los
inescrutables designios divinos. Sometió la razón humana a la fe
inalterable y buscó una salida. Desde un comienzo descartó la idea de
denunciarla, como lo exigía el Deuteronomio, tras lo cual la mujer debía
sufrir la pena de lapidación. Una posibilidad que lo estremecía,
convencido como estaba de la inocencia de María.
Jamás hubo en San José duda al respecto de la Santidad de María |
Existía
también la opción del repudio: la Ley de Moisés permitía que el hombre
expulsara a su mujer dándole el libelo de divorcio. Pero esta
posibilidad le repelía, pues atentaría contra la reputación de la Virgen
Santa. En una pequeña aldea donde todos se conocían, una actitud como
ésa daría cabida a sospechassobre la conducta de María: ¿por qué motivo
el marido la alejaba de repente? En el futuro, la Virgen llevaría
siempre la marca de una mujer repudiada.
La solución encontrada por José no se hallaba en los libros de la Ley, pero salió de su corazón: “Resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1, 19). Actuando
así salvaguardaba la fama de su esposa, que sería vista como una pobre
joven abandonada por la crueldad de un hombre sin palabra. Toda la
culpare caería sobre él.
En este paso de su vida, José reveló el brillo rutilante de su noble alma, su sabiduría y su humildad llevadas al grado heroico.
Le podríamos dedicar las palabras de un autor francés: “El héroe es un gran corazón que se ignora, un alma grande que se olvida de sí misma. [...] Todas
las miserias de nuestra pobre naturaleza humana se concentran sobre ese
egoísmo que convierte a cada uno encentro del universo. El héroe ha
roto este círculo estrecho en donde todas las naturalezas, hasta las más
dotadas, vegetan o languidecen. El “yo” que en algunos reina, en él
permanece como esclavo la vida entera” (4).
Se
olvidó por completo de sí mismo, prefiriendo desacreditarse ante la
opinión pública antes que ver manchado el nombre de María.
Además,
renunciaba a su propia felicidad: iba a dejar a María, el tesoro más
grande dela tierra. Aquello era un sufrimiento inmenso, porque la vida
con María representaba para él un verdadero Paraíso.
Había
aprendido con ella lecciones excelsas de sabiduría y bondad en los
gestos más simples; al contemplarla se sentía más cerca de Dios. ¡Ahora
estaba obligado a sacrificar lo que más apreciaba en la vida! Sus días
pasarían lejos, venerando un misterio que no había podido entender.
José
maduró su decisión durante algunos días, decidido a llevarla acabo. Una
brumosa noche sin luna encontró la ocasión favorable; preparó sus
pobres pertenencias y se recostó para reunir fuerzas antes de la
partida. Poco a poco, por una acción angelical, su corazón afligido se
apaciguó, y se durmió profundamente.
Tal
como sucedió con Abraham, el Señor había esperado el último momento
para detener el golpe fatal. A mitad de la noche se apareció un ángel en
sueños, anunciándole: “José, hijo de David, no temas recibir a
María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del
Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de
Jesús, porque él salvará a su pueblo de todos sus pecados” (Mt 1, 20-21).
“Los que siembran entre lágrimas, cosecharán con alegría” (Sal 125, 5)
Es
imposible medir el regocijo de José al despertar. A poco de amanecer
corrió al encuentro de su esposa. ¡Qué lleno se sentía de veneración y
ternura, sentimientos que culminaban el ardoroso deseo de servirla!
Ciertamente no dijonada a María, pero la alegre expresión de su
semblante era más elocuente que las palabras.
De
rodillas adoró a Dios en el seno virginal de su Madre, primer
tabernáculo en el que se había dignado habitar sobre la tierra. Un Dios
que era también su hijo. La frase del ángel era clara en manifestar la
autoridad que sela había otorgado sobre el fruto de su esposa: “un hijo a
quien pondrás el nombre de Jesús”.
Paternidad nueva, única y especial
La
paternidad de san José sobre Cristo ha sido un tema muy debatido por
los autores. Los títulos se multiplican: padre legal, padre putativo,
padre nutricio, padre adoptivo, padre virginal...
En San José brilla de tal manera la llama de la caridad, un intenso amor a Dios, una vida interior admirable, que él se convirtió en objeto de las complacencias del propio Dios Encarnado |
Cada
uno define aspectos parciales e incompletos, sin expresar por completo
la paternidad de este varón excepcional. El P. Bonifacio Llamera, o.p.,
parece haber llegado a una conclusión satisfactoria: “La paternidad
de san José en lo relativo a Jesús es ciertamente distinta acualquier
otra paternidad natural, ya sea física o adoptiva. Es verdadera
paternidad, pero muy singular. Se trata de una paternidad nueva, única y
especial, puesto que no procede de la generación según la naturaleza,
sino quese funda en un vínculo moral totalmente real.
Tan real es esta paternidad singular, como verdadero es el vínculo matrimonial entre María y José. (...) “La
paternidad de san José, tan admirable como difícil de expresar enuna
palabra, se halla confirmada y explicada por los Santos Padres y autores
de obras sobre el santo patriarca, los cuales concentraron en tres
vínculos principales la sutil realidad que une a san José con Jesús: el
derecho, que es conyugal; la virginidad y la autoridad que adornan el
misterio de san José” (5).
En la encíclica Quamquam Pluries, el Papa León XIII afirmó: “Es
cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede
existir más sublime; mas, porque entre la santísima Virgen y José se
estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima
dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las
criaturas, él se acercó más que ningún otro”"
Una criatura dando consejos al Creador...
¿Cuántas
veces tuvo en brazos san José al Divino Infante? El día entero viviendo
con el Niño Jesús, observándolo rezar, hablar, hacer todos los actos de
su vida común...
En
esa contemplación continua, para la que tenía un alma maravillosamente
apta, recibía gracias extraordinarias y se dejaba moldear. A veces, el
Niño se detenía frente a él para decirle: “Te pido un consejo: ¿cómo
debo hacer tal cosa?” San José se conmovía, considerando que quien
estaba pidiéndole un consejo ¡era el propio Hijo de Dios! Era el hombre
al que la Providencia había dado los labios suficientemente puros y una
humildad lo bastante grande para algo tan formidable: responder a Dios.
¡La
criatura plasmada por las manos del Creador le daba consejos! Era el
predestinado a ejercer una verdadera autoridad sobre la Santísima Virgen
y el Niño Jesús, el privilegiado que alcanzó una altísima intimidad con
Jesús y María, el bienaventurado a quien se otorgó la gracia de expirar
entre los brazos de Dios, su Hijo, y de la Madre de Dios, su Esposa!
“Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono” (Ap 3, 21)
“Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”
(Mt 19, 6).Si a lo largo de su existencia terrenal José fue el
inseparable compañero de la Virgen María, compartiendo sus dolores y
alegrías, es inconcebible que en la eternidad esa convivencia no haya
llegado a su plenitud.
Pero, para que la vida en común sea perfecta, hace falta estar juntos y mirarse.
Razón que lleva a una fuerte corriente de teólogos a defender la tesis de que “sin
la asunción gloriosa de José en cuerpo y alma, la Sagrada Familia
reconstituida en el Cielo habría tenido una nota discordante en su
exaltación y gloria” (6).
A ese respecto, San Francisco de Sales afirma: “Si
es cierto lo que debemos creer, que en virtud del Santísimo Sacramento
que recibimos nuestros cuerpos han de resucitar en el día del Juicio
Final, ¿cómo podemos dudar de que Nuestro Señor haya hecho subir al
Cielo, encuerpo y alma, al glorioso san José, el cual tuvo el honor y la
gracia dellevarlo tantas veces en sus brazos benditos? No cabe duda,
pues, que san José está en el Cielo en cuerpo y alma”.
Muerte de san José
Por
haber fallecido en los brazos de Jesús y María, san José es el patrón
de la buena muerte. Pues se juzga, y con razón, que nadie fue tan bien
asistido como él en sus últimos momentos.
Por haber fallecido en los brazos de Jesús y María, San José es el patrono de la buena muerte. Pues se juzga, y con razón, que nadie fue tan bien asistido como él en sus últimos momentos. |
Casi
se podría decir que por eso el término de su vida fue tan suave y
consolador que de él estuvo ausente cualquier sufrimiento o angustia.
Mientras
tanto, no podemos olvidar que para José ésta fue la suprema perplejidad
de su existencia terrena. Pues, al fallecer, se separaba de la
convivencia inefable con su virginal esposa y con Jesús, el Hijo de
Dios. José partía para la Eternidad, dejando en la tierra su Cielo...
Que
la consideración del ejemplo y de los preciosos dones concedidos por
Dios al padre adoptivo de Jesús nos lleve a confiar en la poderosa
intercesión de aquél a quien el propio Hijo de Dios obedeció: “Y Él les
era sumiso” (Lc 2, 51).
“El ejemplo de san José — afirmó el Papa Benedicto XVI en la conmemoración de su fiesta litúrgica— es
una fuerte invitación para todos nosotros a realizar con fidelidad,
sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado.
Pienso, ante todo, en los padres y en las madres de familia, y ruego
para que aprecien siempre la belleza de una vida sencilla y laboriosa,
cultivando con solicitud la relación conyugal y cumpliendo con
entusiasmo la grande y difícil misión educativa. Que san José obtenga a
los sacerdotes, que ejercen la paternidad con respecto a las comunidades
eclesiales, amar a la Iglesia con afecto y entrega plena, y sostenga a
las personas consagradas en su observancia gozosa y fiel de los consejos
evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.
Que
proteja a los trabajadores de todo el mundo, para que contribuyan con
sus diferentes profesiones al progreso de toda la humanidad, y ayude a
todos los cristianos a hacer con confianza y amor la voluntad de Dios,
colaborando así al cumplimiento de la obra de salvación” 22.
Notas:
1) Michel Gasnier, José el silencioso, Quadrante, S. Paulo, 1995, p. 42.
2) Id., op. cit., p. 49.
3) Federico Suárez, José, el esposo de María, Ed. Prumo, Lisboa, 1986, p. 45.
4) Guy de Robien, L’idéal français dans un cœur breton, Plon, 1917.
5) Teología de San José, BAC, Madrid, 1953, pp. 53 ss.
6) Michel Gasnier, op. cit., p. 152.
2) Id., op. cit., p. 49.
3) Federico Suárez, José, el esposo de María, Ed. Prumo, Lisboa, 1986, p. 45.
4) Guy de Robien, L’idéal français dans un cœur breton, Plon, 1917.
5) Teología de San José, BAC, Madrid, 1953, pp. 53 ss.
6) Michel Gasnier, op. cit., p. 152.
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Una nobleza más brillante que el sol
Téngase en cuenta que la nobleza humana puede ser considerada en su causa, en su esencia y en su acción.
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Considerándola
en su causa resulta la nobleza de origen, en la que san José fue
singularísimo ya que tiene su origen en una triple
dignidad: corporal, espiritual y celestial. Es decir, una dignidad real, sacerdotal y profética, que es celestial, porque predecir
el futuro sólo cabe a Dios. David fue rey, Abraham patriarca, Natán profeta, y los tres fueron antepasados de san José.
dignidad: corporal, espiritual y celestial. Es decir, una dignidad real, sacerdotal y profética, que es celestial, porque predecir
el futuro sólo cabe a Dios. David fue rey, Abraham patriarca, Natán profeta, y los tres fueron antepasados de san José.
San
José era noble en su esencia, vale decir, en su propia persona, en la
cual encontramos una triple nobleza: fue justo en su alma, alcanzó la
dignidad de
esposo de la Reina del Cielo y tuvo oficio de padre nutricio del Hijo de Dios.
esposo de la Reina del Cielo y tuvo oficio de padre nutricio del Hijo de Dios.
También
en sus obras dio pruebas al mundo entero de una singular nobleza.
Recibió en su casa al Salvador del mundo, lo condujo sano y salvo a
través de varios países, lo sirvió y alimentó durante muchos años con
sus trabajos y sudores.
Estos son los rayos que emite la nobleza del santísimo José, haciéndola más brillante que el mismo sol.
(P. Isidoro de Isolano, Suma de los dones de San José)
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"Tome este glorioso Santo por maestro"
Sólo
pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por
experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y
tenerle devoción. En especial, personas de oración siempre le habían de
ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los
ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den
gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare
maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no
errará en el camino. (Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida)
(Revista Heraldos del Evangelio, Marzo/2007, n. 63, p. 18 a 25)
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