La Almas del Purgatorio
¡Que
bella fiesta! Es como si todos los Santos y Bienaventurados se
celebraran en una sola fiesta. De un lado, la Iglesia militante, sobre
la tierra, ruega a la Iglesia triunfante del cielo, y por otro lado,
ruega por la Iglesia purgante del purgatorio. Y las tres Iglesias son
una única Iglesia.
La caridad, más fuerte que la muerte, las une del cielo a la tierra y de la tierra al purgatorio. Y es
por el mismo sacrificio que agradecemos a Dios, la gloria con la cual llena los santos del cielo
e imploramos la misericordia para los santos del purgatorio, santos todavía no perfectos.
por el mismo sacrificio que agradecemos a Dios, la gloria con la cual llena los santos del cielo
e imploramos la misericordia para los santos del purgatorio, santos todavía no perfectos.
La
Iglesia triunfante del cielo, la Iglesia militante de la tierra y la
Iglesia purgante del purgatorio, paciente, son sólo una misma Iglesia;
que la caridad, más fuerte que la muerte las une del cielo a la tierra y
de la tierra al purgatorio. Son como tres partes de una sola y misma
procesión de santos, procesión que avanza de la tierra al cielo.
Iglesia de San Pedro – Sevilla – España |
Las
almas del purgatorio participarán de aquella procesión algún día. Sí,
porque todavía no tienen bien blanca la vestimenta para la fiesta, la
ropa nupcial todavía tiene manchas, aquellas manchas que sólo el
sufrimiento limpia.
Entonces,
como los contemporáneos de Noé, aquéllos que hicieron penitencia
solamente en el momento del diluvio, fueron encerrados en prisiones
subterráneas, hasta que Jesucristo les apareció, anunciándoles la
libertad, cuando fue su descenso a los infiernos.
Como
los fieles de la Iglesia triunfante, los fieles de la Iglesia militante
y los fieles de la Iglesia purgante y paciente, son miembros de un
mismo cuerpo – que es Jesucristo – y tanto unos como los otros
participan, se interesan, se entristecen por la gloria, por los
peligros, por los sufrimientos de unos y de otros, así como los miembros
del cuerpo humano. Veamos un ejemplo: el pie está en peligro de salud y
sufre dolores: todos los miembros del cuerpo sufren la conmoción. Los
ojos lo miran, las manos lo protegen, la voz pide auxilio, para apartar
el mal o el peligro. Una vez apartados del mal, se alegran todos los
miembros.
Lo
mismo ocurre con el cuerpo vivo de la Iglesia universal. Y vemos a los
héroes de la Iglesia militante, a los ilustres Macabeos, asistidos por
los ángeles de Dios y por los santos de Dios, especialmente por el gran
sacerdote Onias y por el profeta Jeremías, rogar y ofrecer sacrificios
por esos hermanos que murieron por amor a Dios, pero que tenían uno o
varios pecados.
Al
día siguiente, después de una victoria, Judas Macabeo y los suyos
aparecieron para retirar a los muertos y depositarlos en el sepulcro de
sus antepasados y encontraron sobre las túnicas de los que estaban
muertos cosas que habían sido consagradas a los ídolos de Jamnia, que la
ley prohibía tocar a los judíos. Por esto, fue manifestado a todos que
por eso habían sido muertos. Y todos alabaron el justo juicio del
Eterno, que descubre lo que esta escondido y le suplicaron que fuese
olvidado el pecado cometido.
Judas
exhortó al pueblo a que se preservase del pecado, teniendo ante sus
ojos y recordando cómo habían sucumbido los que habían pecado. Y,
después de haber hecho una colecta, envió a Jerusalén dos mil dracmas de
plata, para que fuese ofrecido un sacrificio por los pecados de los
muertos, actuando muy bien, pensando que estaba en la resurrección. Pues
si no tuviese esperanza que los que habían sucumbido resucitarían un
día, sería superfluo y necio rogar por los muertos.
Judas,
sin embargo, consideraba que una gran misericordia estaba reservada a
los que duermen en la piedad. ¡Santo y piadoso pensamiento! Fue por esto
que ofreció un sacrificio de expiación por los difuntos, para que
fuesen libres de los pecados.
Estas son las palabras y reflexiones de la Sagrada Escritura, según el texto griego y las mismas, más o menos, en el latino.
Nuestro
Señor mismo advirtió, con toda claridad, que hay un purgatorio, cuando
nos recomienda en San Mateo y San Lucas: “Conciliaos con vuestros
enemigos (a la ley de Dios y la conciencia) en cuanto estés en el camino
para ir al príncipe, no sea que este enemigo os entregue al juez, juez y
verdugo, y que seas sometido a una prisión. En verdad os digo, de ella
no saldréis, mientras no paguéis hasta la última donación".
Según
estas palabras, queda claro que hay una prisión de Dios, donde se es
arrojado por deudas con su justicia, y donde no se sale – sino cuando
todo estuviera pagado.
Nuestro
Señor, en San Mateo, también nos dice: “Todo pecado y blasfemia será
perdonado a los hombres, sin embargo, la blasfemia contra el Espíritu
Santo no será perdonada, ni en este siglo ni en el futuro.” Donde vemos
que otros pecados pueden ser perdonados en este siglo y no en el futuro,
como el libro de los Macabeos lo dice expresamente, los pecados de
aquellos que murieron por la causa de Dios.
Del
mismo modo, en el sacrificio de la misa, la Santa Iglesia de Dios
recuerda a los santos que reinan con Él en el cielo, con el fin de
agradecer por la gloria y encomendarnos a su intercesión. Por otro lado,
suplica a Dios que se acuerde de los servidores y servidoras que nos
precedieron en el otro mundo con el sello de la fe y les permita
permanecer en el refresco de la luz y la paz.
María, Madre de Misericordia, intercede por aquellas almas que esperan la liberación. Nuestra Señora del Purgatorio – Iglesia de Santa Brígida – Montreal |
La
creencia del purgatorio y oración por los muertos se encuentra en todos
los doctores de la Iglesia, así como en el acta de los mártires,
especialmente en las actas de San Perpetuo, escritas por él mismo.
Todos
los santos oraron por los muertos. San Odilon, abad de Cluny, en el
siglo XI, tenía un celo particular sobre lo que respecta a la
restauración de las almas del purgatorio. Fue movido por la compasión,
pensando en los sufrimientos de las almas del purgatorio que,
adelantándose a la Iglesia, ordenó rezar por las almas, habiendo
destinado para ese fin un día especial. Así es como San Odilon alentó
tal institución, comenzando por las tierras que simpatizaban con el
sacerdocio. (...)
En
cuanto al purgatorio, nada se conoce con seguridad. Sin embargo, lo que
se lee en las revelaciones de Santa Francisca de Roma, revelaciones que
la Iglesia autoriza creer, sin entretanto, ser obligatorias.
En
una visión, la santa fue conducida al infierno y al purgatorio, que
igualmente está dividido en tres zonas o esferas, una sobre la otra.
Al entrar, Santa Francisca leyó esta inscripción:
Aquí es el purgatorio, lugar de esperanza, donde se hace un intervalo.
La
zona inferior es toda de fuego, diferente al infierno, que es negro y
tenebroso. Esta zona tiene llamas grandes, muy grandes y rojas. Y las
almas allí son iluminadas interiormente por la gracia. Porque conocen la
verdad, así como la determinación del tiempo.
Aquellos
que tienen pecados graves son enviados a este fuego por los ángeles y
se quedan ahí conforme al tamaño de los pecados que cometieron.
La santa dijo que, por cada pecado mortal no expiado, en aquel fuego el alma se quedaría por siete años.
A
pesar que en esta zona o esfera inferior las llamas de fuego envuelven
todas las almas, atormentan sin embargo a unas más que a otras, según
sean más graves o más leves los pecados.
Fuera
de ese lugar del purgatorio, a la izquierda, están los demonios que
hicieron que aquellas almas cometiesen los pecados que ahora expían.
Criticándolas, pero no infligen cualquier otro tipo de tormento.
¡Pobres
almas! Las hace sufrir más, mucho más, la visión de esos demonios que
el propio fuego que las envuelve. Y, con tal sufrimiento, gritan y
lloran, sin que, en este mundo, alguien pueda hacerse esa idea. Lo
hacen, entretanto, humildemente, porque saben que lo merecen, que la
justicia divina está con razón. Son gritos como que afectuosos y que les
traen algún consuelo. No porque sean apartados del fuego. No, la
misericordia de Dios, tocada por aquella resignación de las almas que
sufren, les lanza una mirada favorable, mirar que les alivia el
sufrimiento y les deja entrever la gloria de la bienaventuranza, a donde
pasarán.
Santa
Francisca Romana vio un ángel glorioso conducir a aquel lugar a un alma
que le había sido confiada a su protección y esperarla afuera a la
derecha. Y que los sufragios y las buenas obras que los parientes,
amigos, o quien sea hacían especialmente por la intención de esa alma,
movidos por la caridad, son presentadas por los ángeles de la guarda a
la divina majestad. Y los ángeles, comunicando lo que por ellas hacemos,
se alivian, alegran y confortan. Los votos y las buenas obras que hacen
los amigos, por caridad, especialmente por los amigos del purgatorio,
beneficia especialmente a quien los hace, debido a la caridad. Y ganan
las almas y ganamos nosotros.
Las
oraciones, los sufragios y las limosnas hechas caritativamente por las
almas que ya están en la gloria y que ya no las necesitan, se revierten a
las almas que todavía están necesitadas, beneficiando a nosotros
también.
¿Y
los sufragios que se hacen a las almas que se encuentran en el
infierno? No aprovechan ni a uno ni a otro – ni a las del infierno, ni a
las del purgatorio, únicamente a quien los hace.
La
zona o región media del purgatorio está dividida en tres partes: la
primera, llena de una nieve excesivamente fría; la segunda, de brea
fundida, mezclada con aceite hirviendo; la tercera, de ciertos metales
fundidos, como oro y plata, transparentes. Treinta y ocho ángeles
reciben allí las almas que no cometieron pecados tan graves como para
merecer la región inferior. Las reciben y las transportan de un lugar a
otro con gran caridad: no son los ángeles de la guarda, son otros, que
para tal efecto, fueron obligados por la divina misericordia.
Santa Francisca Romana |
Santa Francisca no habla, o no fue autorizada a decirlo por su superior, sobre la parte más elevada del purgatorio.
En
los cielos, los ángeles fieles tienen jerarquía: tres filas y nueve
coros. Las almas santas, que se elevan de la tierra, ocupan en los coros
y las órdenes que Dios les indica, según sus méritos. Es una fiesta
para toda la milicia celestial, pero especialmente para el coro donde el
alma deberá regocijarse eternamente en Dios.
Lo
que Santa Francisca vio en la bondad de Dios la dejó profundamente
impresionada, sin que pudiese hablar de la alegría que había en su
corazón. Frecuentemente, en los días de fiesta, sobre todo después de la
comunión, cuando meditaba sobre el misterio del día, su espíritu,
arrebatado al cielo, veía el mismo misterio celebrado por los ángeles y
por los santos.
Todas
las visiones que tenía Santa Francisca Romana, las sometió a la Santa
Madre Iglesia. Y, por la misma madre – la Iglesia – fue Francisca
canonizada, sin que nada censurable se encontrara en las visiones que
tuvo.
Nosotros
os saludamos, almas que os purificáis en las llamas del purgatorio.
Compartimos vuestros dolores, el sufrimiento, principalmente aquel dolor
inmenso y torturante de no poder ver a Dios.
¡Ay
de nosotros! Sin duda que hay entre vosotros parientes y amigos
nuestros: sufrirán, talvez por nuestra culpa. ¿Quién dirá que no les
hemos dado, en ésta o aquella ocasión, motivos para pecar? Les falta
poco tiempo para ser completamente puras. ¿Qué pasará con nosotros que
velamos tan poco por nosotros mismos? Almas santas y sufridoras, ¡que
Dios nos libre de nunca olvidaros!
Todos
los días, en la misa y en las oraciones, nos acordaremos de todas
ustedes. Acordáos, pues, también de nosotros. Acordáos especialmente
cuando estuvieres en el cielo. ¡Allá os deseamos ver! ¡Como en el cielo
deseamos vernos con ustedes! Así sea.
(Vida de los Santos, Padre Rohrbacher, Volumen XVIII, Pág. 111 a 118 y 129 a 137)
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¿Qué
misterioso paraje es este, entre la tierra y el Cielo, cuyos
“habitantes” piden vehementemente nuestra ayuda y también pueden
beneficiarnos?
Carlos Werner Benjumea
Muéstrate
conciliador con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea
que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.
"Te lo aseguro: no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo” (Mt 5, 25-26).
Jesús
hablaba a los apóstoles acerca de los castigos que esperan a los
pecadores después de la muerte. Antes se había referido al fuego de la
gehena –el Infierno–, una prisión eterna. Pero aquí habla de una cárcel
de la que se puede salir, siempre que se haya pagado la deuda hasta el
último céntimo.
San Odilón instituyó en el calendario litúrgico cluniacense la “Fiesta de los Muertos". (Vitral del Museo de Cluny) |
Esa
prisión temporal –un estado de purificación para los que mueren
cristianamente sin alcanzar la perfección– es el Purgatorio. Prisión
misteriosa y temible, pero donde reina la esperanza y los quejidos de
dolor se mezclan con himnos de amor a Dios.
Estimado
lector, aquí tenemos un asunto del que poco se habla pero cuyo
conocimiento es vital para nosotros y nuestros seres queridos que
dejaron esta vida.
Lo invito a repasar conmigo diversos aspectos de este importante tema.
La fiesta de difuntos
El
2 de noviembre, la sagrada liturgia se acuerda de forma especial de los
fieles difuntos. Después de regocijarse el día anterior, en la fiesta
de Todos los Santos, por el triunfo de sus hijos que ya alcanzaron la
Gloria del Cielo, la Iglesia dedica su maternal desvelo a los que sufren
en el Purgatorio y claman con el salmista: “Saca mi alma de la cárcel
para que pueda alabar tu nombre. Me rodearán los justos en corona cuando
te hayas mostrado propicio a mí” (Sal 141, 8).
La
génesis de esta fiesta está en la orden benedictina de Cluny, cuando su
quinto abad san Odilón, instituyó en el calendario litúrgico
cluniacense la “Fiesta de los Muertos”, dando a sus monjes la ocasión de
interceder por los difuntos y ayudarlos a entrar en la bienaventuranza.
A
partir de Cluny esta fiesta se fue extendiendo entre los fieles hasta
su inclusión en el Calendario Litúrgico de la Iglesia, volviéndose una
devoción habitual del mundo católico.
Quizás
el lector, como gran número de fieles, acostumbrará visitar el
cementerio en aquel día, para recordar y elevar una plegaria por
familiares y amigos fallecidos. Sin embargo, muchos cristianos no dan
oídos a la llamada de su corazón, que los mueve a sentir añoranza de sus
seres queridos y aliviarlos con una oración. Ya sea por falta de
cultura religiosa o de quien las incentive y oriente, muchas personas ni
siquiera ven la necesidad de rezar por las almas de los fallecidos.
A muchas otras la realidad del Purgatorio les causa extrañeza y antipatía.
Pues
bien, por amor a las almas que esperan verse libres de sus manchas para
entrar al Paraíso, para estimular en nosotros la caridad hacia estos
hermanos necesitados de nuestra intercesión y también para nuestro
provecho, indaguemos el “por qué” y “para qué” de la existencia del
Purgatorio.
Purificación necesaria para entrar al Cielo
Sabemos que la Iglesia Católica es una. Lo confesamos en el Credo.
Sin
embargo, sus miembros están en lugares diversos, como enseña el
Concilio Vaticano II. Algunos “peregrinan en la tierra, otros, ya
difuntos, se purifican, mientras otros son glorificados” (Lumen Gentium,
49).
Entre
la tierra y el Cielo puede tener cabida, en el itinerario del alma
fiel, una estación intermediaria de purificación. El Catecismo de la
Iglesia nos enseña que por ella pasan los que “mueren en la gracia y la
amistad de Dios, pero imperfectamente purificados".
Las almas en ese estado se “purifican”, dice San Francisco de Sales, “voluntariamente, amorosamente, porque así Dios lo quiere” y “porque están seguras de su salvación, tiene una esperanza inigualable". |
En
virtud de lo cual “sufren después de su muerte una purificación, a fin
de obtener la santidad necesaria para entrar en el Cielo” (CIC, n.
1030).
Este
estado de purificación nada tiene que ver con el castigo de los
condenados al Infierno. Pues las almas del Purgatorio tienen la certeza
de haber conquistado el cielo, aunque su entrada en él sea aplazada en
virtud de los residuos del pecado.
La
primera epístola a los Corintios hace referencia al examen a que serán
sometidos los cristianos, los que, habiendo recibido la fe, deben
continuar en sí mismos la obra de su santificación. Cada uno será medido
respecto de la perfección que haya logrado: “Si sobre este cimiento uno
edifica con oro, plata, piedras preciosas o madera, heno, paja, su obra
quedará de manifiesto; pues en su día el fuego lo revelará y probará
cuál fue la obra de cada cual. Aquel cuya obra subsista recibirá la
recompensa, y aquel cuya obra sea consumida sufrirá el daño. Él, no
obstante, se salvará, pero como quien pasa a través del fuego” (1 Cor 3,
12-15).
“Se
salvará”, dice el apóstol, excluyendo el fuego infernal, del que ya
nadie puede salvarse, y refiriéndose al fuego temporal del purgatorio.
Haciendo
mención de este y otros trechos de la Escritura, la Tradición de la
Iglesia nos ha hablado de un fuego purificador, como explica san
Gregorio Magno en sus Diálogos: “Respecto a ciertas faltas ligeras, es
necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, como
lo afirma Aquel que es la Verdad al decir que si alguno ha pronunciado
una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en
este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos colegir
que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, y otras en el
siglo futuro".
¿Por qué existe el Purgatorio?
¿Acaso
Dios es tan riguroso que no tolera ni la más mínima imperfección,
limpiándola con terribles penas? Es una pregunta que puede hacerse con
facilidad.
En
primer lugar debemos considerar que después de nuestra muerte no
seremos juzgados según nuestro criterio personal, pues “la mirada de
Dios no es como la mirada del hombre, porque el hombre mira las
apariencias, pero el Señor mira el corazón” (1 Sam 16, 7) Estaremos ante
la presencia de un Juez sumamente santo y perfecto, y en su Reino “nada
impuro puede entrar” (Ap 21, 27) En efecto, ante la presencia de Dios,
de su Luz purísima, el alma percibe en sí cualquier pequeño defecto,
juzgándose ella misma indigna de tal majestad y grandeza. Santa Catalina
de Génova, gran mística del siglo XV, dejó una obra muy profunda sobre
la realidad del Purgatorio y del Infierno.
Explica
lo siguiente: “Digo más: en lo que a Dios concierne, veo que el paraíso
no tiene puertas y que puede entrar y salir quien quiera, porque Dios
es todo misericordia y sus brazos están siempre abiertos para recibirnos
en la gloria; pero la divina Esencia es tan pura –infinitamente más
pura de lo que la imaginación pueda concebir– que el alma, viendo en sí
misma la más ligera imperfección, prefiere arrojarse ella misma en mil
infiernos antes que presentarse sucia en presencia de la divina
Majestad. Sabiendo entonces que el purgatorio ha sido creado para
purificar, ella misma se precipita en él y encuentra ahí una gran
misericordia: la destrucción de sus faltas".
¿Qué
son estas manchas que deben purificarse en la otra vida? Son resquicios
de apego exagerado a las criaturas, es decir, las imperfecciones y los
pecados veniales, así como la deuda temporal de los pecados mortales ya
perdonados en el sacramento de la Reconciliación.
Todo esto disminuye el amor a Dios en el alma.
A
causa de esta afección desordenada se establece un estado de desorden
en nuestro interior, alejándonos del mandamiento de amar a Dios sobre
todas las cosas.
Esta
es la causa, como nos explica Santo Tomás, por la cual, antes de
acceder a la Gloria Celestial “la justicia de Dios exige una pena
proporcional que restablezca el orden perturbado” (Suma Teológica,
Supl., q. 71, a. 1) Las almas se sujetan a este castigo incluso con
alegría, en plena conformidad con la voluntad del Señor.
“Quien muera con el Escapulario no padecerá el fuego del infierno”. No obstante, para beneficiarse de este privilegio, es necesario usar el Escapulario con recta intención. |
Su único deseo es verse limpias y poder configurarse con Cristo.
San
Francisco de Sales nos dice que las almas en este estado “se purifican
voluntariamente, amorosamente, porque Dios así lo quiere” y “porque
están seguras de su salvación, con esperanza inigualable".
La pena del Purgatorio
Los
dolores sufridos en ese lugar de purificación son “tan intensos que la
mínima pena del Purgatorio excede a la mayor de esta vida” (Suma
Teológica, Supl., q. 71, a. 2). Incluso así, san Francisco de Sales
pondera que “el Purgatorio es un feliz estado, más deseable que temible,
ya que las llamas que hay en él son llamas de amor".
¿Cómo
entender que ese terrible sufrimiento esté al mismo tiempo traspasado
de amor? Verdaderamente, el mayor tormento de las almas del Purgatorio
–la “pena de daño”– es causado por el amor. Dicha pena consiste en el
aplazamiento de la visión de Dios. El hombre, creado para amar y ser
amado, descubre al abandonar esta tierra la inefable belleza de la Luz
divina, y a ella tiende con todas sus fuerzas, como el ciervo sediento
corre en dirección a la fuente de las aguas. Sin embargo, viendo en sí
el defecto del pecado, queda privado temporalmente de tan pura
presencia.
Entonces, lejos de Aquel que es la suprema y única felicidad, el alma padece sufrimiento incalculable.
A
nosotros, todavía peregrinos en este valle de lágrimas, nos cuesta
entender la inmensidad de tal dolor. Vivimos sin ver a Dios aunque
creamos en él. Somos como ciegos de nacimiento, nunca hemos visto el Sol
de Justicia, que es Dios, y aunque sintamos su calor, no podemos
hacernos idea de su resplandor y grandeza.
Sin
embargo, las almas benditas del Purgatorio, al abandonar el cuerpo
inerte, disciernen la inefable y purísima belleza de Dios, sin que la
puedan poseer inmediatamente. Santa Catalina de Génova emplea una
metáfora muy expresiva para explicar este dolor: “Supongamos que en el
mundo entero no hay más que un solo pan para saciar el hambre de todas
las criaturas, y que con sólo verlo quedan satisfechas.
El hombre saludable tiene el instinto natural de alimentarse.
Imaginémoslo
capaz de abstenerse de los alimentos sin morir, sin perder la fuerza ni
la salud, pero sintiendo que su hambre crece más y más.
Pues
bien, sabiendo que sólo aquel pan podrá satisfacerlo y que mientras no
lo obtenga su hambre no se aliviará, sufrirá penas intolerables que
serán tanto más grandes mientras más lejos se halle del pan".
A
pesar de todo, las almas del Purgatorio poseen la certeza de que algún
día se saciarán plenamente con ese Pan de la Vida, que es Jesucristo,
nuestro amor, y en eso difiere su sufrimiento del de los condenados al
infierno, que nunca podrán acceder a la Mesa del Reino de los Cielos.
Esperanza y desesperanza es la diferencia fundamental entre ambos lugares.
Disposición de las almas en el Purgatorio
Por
eso existe en las almas del Purgatorio un matiz de alegría en medio del
dolor. De forma brillante lo explica el Papa Juan Pablo II en la
alocución del 3 de julio de 1991: “Aunque el alma deba sujetarse, en el
paso rumbo al Cielo, a la purificación de las últimas escorias mediante
el Purgatorio, ella ya está llena de luz, de certeza, de alegría, porque
sabe que pertenece para siempre a su Dios".
Y
santa Catalina de Génova afirma: “Tengo por cierto que en ningún otro
lugar, exceptuando el cielo, puede hallarse el espíritu en una paz
semejante a la que gozan las almas del Purgatorio".
Esto
se debe a que el alma queda fija en la disposición que tenía al momento
de morir, o sea, a favor o en contra de Dios. La libertad humana cesa
con la muerte, y habiendo muerto en la amistad con Dios, el alma del
Purgatorio se amolda con toda docilidad a su santa voluntad. Esta es la
raíz de una paz tan profunda en medio de terribles sufrimientos.
Santa
Teresa de Jesús, por ejemplo, aconseja con vehemencia: “Esforcémonos
por hacer penitencia en esta vida. ¡Qué dulce será la muerte de quien de
todos sus pecados la tiene hecha, y no ha de ir al Purgatorio!” Sin
embargo, su discípula santa Teresita del Niño Jesús formula de manera
sorprendente su actitud frente al Purgatorio: “Si tuviera que ir al
purgatorio me sentiré muy dichosa; haré como los tres hebreos en la
hoguera, caminaré entre las llamas entonando el canto del amor".
Una
actitud no se contrapone a la otra, más bien se completan. Incluso si
tuviéramos que pasar por un sitio tan doloroso, conservemos una
confianza ilimitada en la bondad divina.
"Aunque el alma deba sujetarse, en el paso rumbo al Cielo, a la purificación de las últimas escorias mediante el Purgatorio, ella ya está llena de luz, de certeza, de alegría, porque sabe que pertenece para siempre a su Dios”. (Juan Pablo II) |
De
cualquier modo, la Santa Iglesia coloca maternalmente a nuestra
disposición las indulgencias, para librarnos de las penas del
purgatorio. Pero esta temática puede quedar para otro artículo.
Ayudemos a las benditas almas
No
debemos pensar sólo en nuestro destino personal; preguntémonos también
cómo ayudar a las almas que allí están en espera de su liberación. Ellas
no pueden hacer nada por sí mismas, pues están privadas de alcanzar
méritos, y dependen de nosotros. Interceder por ellas es una bellísima y
valiosa obra de misericordia, pues en cierto modo, nadie hay más
desamparado que estas benditas almas.
La costumbre de rezar por las almas de los difuntos viene del Antiguo Testamento.
Diversos
Padres de la Iglesia fomentaron también esta práctica, como san Cirilo
de Jerusalén, san Gregorio de Nisa, san Ambrosio y san Agustín. El
Concilio de Lyon enseñaba en el siglo XIII: “para aliviar estas penas,
[a las almas] les aprovechan los sufragios de los fieles vivos, es
decir, el sacrificio de la Misa, las oraciones, limosnas y otras obras
de piedad que, según las leyes de la Iglesia, han acostumbrado hacer
unos fieles por otros".
¡Cuán
bella es la devoción a las benditas almas del Purgatorio! Agradable a
Dios, y nos aprovecha también a nosotros, transportándonos a la
verdadera dimensión cristiana de la existencia, que nos hace vivir en
contacto y comunión con lo sobrenatural, con lo futuro en el sentido más
pleno de la palabra. ¡Cuánto nos serán agradecidas estas pobres almas
al recibir nuestro interés y nuestro auxilio! Podrán ser nuestros
parientes, o hasta nuestros padres. Quizás sea incluso alguien a quien
no conozcamos, pero de quien recibiremos una afectuosísima acogida en la
eternidad. En el Cielo, y mientras todavía estén en el purgatorio,
rezarán con ahínco por nosotros, porque Dios así se los permite.
A
modo de conclusión, quisiera hacer una propuesta al lector: ore por
estas almas necesitadas, ofrezca la Santa Misa, dé limosna, bríndeles
sacrificios y haga que otros se vuelvan devotos fervorosos de las
benditas almas.
¿Sabe quién será el más beneficiado? ¡Usted mismo!
Fuentes documentales sobre el Purgatorio
La
doctrina católica sobre el Purgatorio fue definida en especial durante
en los Concilios de Florencia (1438-1445) y de Trento (1545-1563)
tomando como base la Escritura (2 Mac 12, 42-46; 1 Cor 3, 13-15) y la
Tradición, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n.
1030-1031).
La Constitución Dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, aborda la cuestión en su número 50.
En
su solemne profesión de fe titulada Credo del Pueblo de Dios, realizada
el 30 de junio de 1968, el Papa Pablo VI incluye a las almas “que
deben purificarse todavía en el fuego del Purgatorio” (n. 28).
El
Papa Juan Pablo II se refiere al Purgatorio en varios documentos: -
Mensaje al Cardenal Penitenciario Mayor de Roma, 20/3/98; - Carta al
obispo de Autum, Châlon y Mâcon, Abad de Cluny, 2/6/98; - Audiencia
General del 22/7/98; - Audiencia General del 4/8/99; - Mensaje a la
Superiora General del Instituto de las Hermanas Mínimas de Nuestra
Señora del Sufragio, 2/9/2002.
Revista Heraldos del Evangelio, Nov/2006, n. 59, pag. 34 a 37
Indulgencia plenaria en el día de los muertos
- Aplicable solamente en favor de las almas del purgatorio:
El
día 2 de noviembre, cuando la Iglesia conmemora el día de los muertos,
los fieles católicos que visiten piadosamente una iglesia o un oratorio
podrán solicitar indulgencia plenaria para las almas del purgatorio.
La
indulgencia podrá ser obtenida el propio día de los muertos o con el
consentimiento de un obispo, en el domingo anterior o posterior, o en la
solemnidad de Todos los Santos. Esta indulgencia está incluida en la
Constitución apostólica Indulgencia doctrina, en la norma número 15.
Para
obtener cualquier indulgencia plenaria son necesarios algunos
requisitos: rezar un Padre Nuestro, un credo, un ave maría y un gloria
por las intenciones del Santo Padre. Además de estas oraciones por el
Sumo Pontífice, debe ser hecha una confesión sacramental y una comunión
eucarística.
Con
una sola confesión sacramental se pueden ganar muchas indulgencias
plenarias; en cambio, con una sola comunión eucarística y con una sola
oración por las intenciones del Sumo Pontífice solamente se puede ganar
una indulgencia plenaria.
Las
tres condiciones pueden cumplirse algunos días antes o después de la
ejecución de la obra prescrita; sin embargo, es conveniente que la
comunión y la oración por las intenciones del Sumo Pontífice se realicen
el mismo día en que se haga la obra.
Cada fiel puede rezar otra oración, según su devoción y piedad por el Romano Pontífice.
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