El Papa nos invita a encontrar refugio en el Corazón Inmaculado de María

"Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!"
El Papa Benedicto XVI resaltó que la fe de la Virgen María le permite entender que "los tronos de los poderosos de este mundo son provisionales, mientras que el trono de Dios es la única roca que no cambia, que no se derrumba", en su discurso tras el rezo del Santo Rosario con el que concluyó la celebración del mes mariano de mayo.

El Santo Padre destacó, en su discurso pronunciado la noche del sábado 31, día en que se celebraba la Visitación de la Virgen María y la memoria del Corazón Inmaculado de María; que "su Magnificat, con el pasar de los siglos y milenios, sigue siendo la interpretación más verdadera y profunda de la historia, mientras las interpretaciones de tantos sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el transcurso de los siglos".

Tras recordar que "en muchas comunidades cristianas, durante el mes de mayo, existe la bonita costumbre de rezar de manera más solemne el Santo Rosario en familia y en las parroquias", el Pontífice alentó a "que no cese esta buena costumbre, ahora que termina el mes; es más, que siga con mayor empeño para que, aprendiendo de María, la lámpara de la fe brille cada vez más en el corazón de los cristianos y en sus casas".

Asimismo señaló que tras la Anunciación del Arcángel, "María se encontró con un gran misterio encerrado en su seno; sabía que había sucedido algo extraordinariamente único; se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación del mundo".

Cuando la Virgen llega a casa de Isabel, ésta, "iluminada desde lo Alto, exclama: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!".

"Las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza que es una auténtica y profunda interpretación 'teológica' de su historia: una lectura que tenemos que seguir aprendiendo de quien tiene una fe sin sombras ni grietas. 'Engrandece mi alma al Señor'. María reconoce la grandeza de Dios. Este es el primer e indispensable sentimiento de la fe: el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y que la libera del miedo, a pesar de las tempestades de la historia".

Benedicto XVI invitó luego a los fieles a "volver a casa con el Magnificat en el corazón. Alberguemos en nosotros los mismos sentimientos de alabanza y de acción de gracias de María hacia el Señor, su fe y su esperanza, su abandono dócil en las manos de la Providencia divina. Imitemos su ejemplo de disponibilidad y generosidad en el servicio a los hermanos".

"De hecho, sólo acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor. Que nos alcance esta gracia la Virgen, quien esta noche nos invita a encontrar refugio en su Corazón inmaculado", concluyó el Papa.

La celebración se inició a las 20:00, hora local, en la Plaza de San Pedro. Durante el rezo del Rosario, presidido por el Cardenal Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica Vaticana, la imagen de la Virgen fue llevada en procesión por la Plaza.

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