El Santo Padre recuerda, que la libertad de los hijos de Dios, se encuentra sólo en la renuncia al propio yo



Y esta tarde antes de despedirse del pueblo estadounidense, el Papa ha presidido la celebración de la Santa Misa en la conmemoración del bicentenario de las archidiócesis de Baltimore, Boston, Louisville, Nueva York y Philadelphia. Esta misa se celebró en el estadio del equipo de béisbol de los Yankees, situado en el barrio del Bronx, de mayoría hispana.

En su homilía el Papa expresó su conmoción y alegría por los ecos que resuenan en su corazón de su encuentro anoche con los jóvenes y seminaristas en el seminario de San José. “Ayer, no lejos de aquí –ha recordado el Pontífice- me ha conmovido la alegría, la esperanza y el amor generoso a Cristo que he visto en el rostro de tantos jóvenes congregados en Dunwoodie. Ellos son el futuro de la Iglesia y merecen nuestras oraciones y todo el apoyo que podamos darles. Por eso, deseo concluir añadiendo una palabra de aliento para ellos. Queridos jóvenes amigos: igual que los siete hombres ‘llenos de espíritu de sabiduría’ a los que los Apóstoles confiaron el cuidado de la joven Iglesia, álcense también ustedes y asuman la responsabilidad que la fe en Cristo les presenta. Que encuentren la audacia de proclamar a Cristo, ‘el mismo ayer, hoy y siempre’, y las verdades inmutables que se fundamentan en Él, son verdades que nos hacen libres”.

Se trata, ha continuado el Papa, de “las únicas verdades que pueden garantizar el respeto de la dignidad y de los derechos de todo hombre, mujer y niño en nuestro mundo, incluidos los más indefensos de todos los seres humanos, como los niños que están aún en el seno materno”. Y ha recordado luego cuando su predecesor Juan Pablo II habló en este mismo estadio en 1979, mencionando unas palabras suyas: “en un mundo en el que Lázaro continúa llamando a nuestra puerta, actúen de modo que su fe y su amor den fruto ayudando a los pobres, a los necesitados y a los sin voz.”

Y seguidamente les ha reiterado “a los muchachos y muchachas de América” que abran los corazones a la llamada de Dios para seguirlo en el sacerdocio y en la vida religiosa. El Pontífice, ha recordado los 200 años de “un momento crucial de la historia de la Iglesia en los Estados Unidos en su primera fase de crecimiento”. En este sentido el Papa ha recordando que en todo este tiempo el rostro de la comunidad católica estadounidense ha cambiado considerablemente. “Basta pensar en las continuas oleadas de emigrantes, cuyas tradiciones han enriquecido mucho a la Iglesia en América. En la recia fe que edificó la cadena de Iglesias, instituciones educativas, sanitarias y sociales, que desde hace mucho tiempo son el emblema distintivo de la Iglesia en este territorio”.
“La verdadera libertad florece –ha proseguido el Papa-, cuando nos alejamos del yugo del pecado, que nubla nuestra percepción y debilita nuestra determinación, y ve la fuente de nuestra felicidad definitiva en Él, que es amor infinito, libertad infinita, vida sin fin”. “En su voluntad está nuestra paz”. Por tanto, la verdadera libertad es un don gratuito de Dios, fruto de la conversión a su verdad, a la verdad que nos hace libres. Y dicha libertad en la verdad lleva consigo un modo nuevo y liberador de ver la realidad. Cuando nos identificamos con “la mente de Cristo”, se nos abren nuevos horizontes.
Y Benedicto XVI finalizo dirigiendo unas palabras en español a los fieles de lengua española.
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Les saludo con afecto y me alegro de celebrar esta Santa Misa para dar gracias a Dios por el bicentenario del momento en que empezó a desarrollarse la Iglesia Católica en esta Nación. Al mirar el camino de fe recorrido en estos años, no exento también de dificultades, alabamos al Señor por los frutos que la Palabra de Dios ha dado en estas tierras y le manifestamos nuestro deseo de que Cristo, Camino, Verdad y Vida, sea cada vez más conocido y amado.

Aquí, en este País de libertad, quiero proclamar con fuerza que la Palabra de Cristo no elimina nuestras aspiraciones a una vida plena y libre, sino que nos descubre nuestra verdadera dignidad de hijos de Dios y nos alienta a luchar contra todo aquello que nos esclaviza, empezando por nuestro propio egoísmo y caprichos. Al mismo tiempo, nos anima a manifestar nuestra fe a través de nuestra vida de caridad y a hacer que nuestras comunidades eclesiales sean cada día más acogedoras y fraternas.
Sobre todo a los jóvenes les confío asumir el gran reto que entraña creer en Cristo y lograr que esa fe se manifieste en una cercanía efectiva hacia los pobres. También en una respuesta generosa a las llamadas que Él sigue formulando para dejarlo todo y emprender una vida de total consagración a Dios y a la Iglesia, en la vida sacerdotal o religiosa.

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