San José, el hombre a quien Dios le llamaba padre
Dios siempre elige lo más hermoso
Varón justo por excelencia
Tomando en cuenta el axioma latino nemo summus fit repente (“nada
grande se hacede repente”) y aquella certera frase de Napoleón, “la
educación de un niño empieza cien años antes de nacer”, es probable que
en vista de su misión y de su rol como educador del Niño Dios, José haya
sido santificado en el claustro materno al igual que san Juan Bautista
en el vientre de santa Isabel; una tesis defendida por muchos autores y
que puede sintetizarse en las palabras de san Bernardino de Siena: “Siempre
que la gracia divina elige a alguien para un favor especial o para
algún estado elevado, le concede todos los dones necesarios para su
misión; dones que lo adornan abundantemente”.
El Evangelio traza la alabanza de José en
una sola y breve frase: era justo. Tal elogio, a primera vista de un
laconismo desconcertante, no es nada mediocre. El adjetivo “justo”, en
lenguaje bíblico, designa la reunión de todas las virtudes. El Antiguo
Testamento llama justo al mismo que la Iglesia concede el título de santo: justicia y santidad expresan la misma realidad.
El mismo silencio de las Escrituras a su
respecto revela una faceta primordial de su perfección: la
contemplación. San José es el modelo del alma contemplativa, más ansiosa
de pensar que de actuar, aunque su oficio de carpintero le hiciera
consagrar bastante tiempo al trabajo. Vemos realizada en él la enseñanza
de santo Tomás: la contemplación es superior a la acción, pero más
perfecta es la unión de una y otra en una misma persona.
Al serrar la madera, fabricar un mueble o
un arado, José conservaba siempre su espíritu orientado al aspecto más
sublime de las cosas, considerándolo todo bajo el prisma de Dios. Sus
gestos reflejaban la seriedad y la altísima intención con que siempre
actuaba, y esto contribuía a la excelencia de los trabajos ejecutados.
Su humilde condición de trabajador manual
no le quitaba su nobleza, antes bien, reunía admirablemente ambas
clases sociales. Como legítimo heredero del trono de David, mostraba en
su porte y semblante la distinción y donaire propios de un príncipe,
pero a ellos añadía una alegre sencillez decarácter. Más que la nobleza
de la sangre, le importaba aquella otra que se alcanza con el brillo de
la virtud; y esta última la poseía ampliamente.
Sin embargo, la Providencia lo destinaba
al honor más alto que pueda recibir una criatura concebida en pecado
original, colocándole en desproporción con el resto de los hombres. San
Gregorio Nacianceno dice:“El Señor conjugó en José, como en un sol, todo cuanto los demás santos reunidos tienen de luz y esplendor”.
Todas las glorias se acumulaban en este
varón incomparable,cuya existencia terrena avanzó en una sublimidad
ignorada por sus conocidos y compatriotas, en silencio y oscuridad casi
totales. Leer más…
Fuente: Revista Heraldos del Evangelio, Marzo/2007, n. 63, p. 18 a 25
Comentarios