Santa María, Madre de Dios
La maternalidad de María resplandece con tan alto brillo virginal, que todas
las vírgenes, delante de Ella, es como si no lo fuesen. Solamente Ella
es la Inmaculada, la Virgen entre las vírgenes, la única que perfuma y
torna perfecta la castidad de todas.
Se remontan hasta la eternidad los
incomparables privilegios concedidos por el Creador a la Virgen
Santísima, con su predestinación para la augusta misión de ser la Madre
de Dios. Los Padres de la Iglesia, fieles intérpretes de la Sagrada
Escritura, reconocieron la predestinación de María para la maternidad
divina.
San Agustín dice que antes de que Nuestro Señor Jesucristo naciera de María, Él la conoció y la predestinó para ser su Madre.
Y San Juan Damasceno, dirigiéndose a la
Virgen María: “Porque el decreto de la predestinación nace del amor como
de su primera raíz, Dios, Soberano maestro de todas las cosas, que os
sabía previamente digna de su amor, os amó; y porque os amó, os
predestinó”.
Y San Juan Damasceno, dirigiéndose a la
Virgen María: “Porque el decreto de la predestinación nace del amor como
de su primera raíz, Dios, Soberano maestro de todas las cosas, que os
sabía previamente digna de su amor, os amó; y porque os amó, os
predestinó”.
“¡Oh Virgen! – exclama San Bernardino de
Siena- Vos fuisteis predestinada en el pensamiento divino antes de toda
criatura, para dar vida al mismo Dios que se quiso revestir de nuestra
humanidad”.
San Andrés de Creta en su discurso sobre
la Asunción de la Virgen María explica el mismo pensamiento: “Esta
Virgen es la manifestación de los misterios de la incomprensión divina,
el fin que Dios se propuso antes de todos los siglos”.
Y San Bernardo: “Fue enviado el Ángel Gabriel a una Virgen (Lc.
I, 26-27), Virgen en el cuerpo, Virgen en el alma; (…) no encontrada al
azar o sin especial providencia, sino escogida desde todos los siglos,
conocida en la presencia del Altísimo que la predestinó para ser un día
su Madre; guardada por los Ángeles, designada anticipadamente por los
antiguos Padres, prometida por los Profetas”.
Entre las infinitas criaturas posibles,
Dios escogió y predestinó a la Virgen. No fueron otras las palabras de
Pío IX en la célebre Bula que definió el dogma de la Inmaculada
Concepción: “Desde el principio y antes de todos los siglos, escogió y
predestinó [Dios] para su Hijo una Madre en la que se Encarnaría y de la
cual, después, en la feliz plenitud de los tiempos, nacería; y con
preferencia a cualquier otra criatura, hízola limpísima por el mucho
amor, hasta el punto de complacerse en Ella con singularísima bondad”.
(Pequeño Oficio de la Inmaculada Concepción comentado, Monseñor João Clá Dias, EP, Artpress, São Paulo,1997)
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